domingo, 15 de septiembre de 2013

El  fin del verano puede notarse por que mientras el sol se esconde la cartelera cultural amanece, es el momento de afilar el lápiz y saciar el hambre de cultura. La Butaca de Paula se estrena con Smiley, una historia de amor hollywoodiense a la catalana, reestrenada en el Club Capitol. Los chicos de la Sala Flyhard se cuelan en una de las casas de la comedia de la ciudad, un teatro donde su programación generalmente está más del lado del show que del teatro.

Al recoger mi entrada y ver que tras el verano mi suerte sigue siendo la de la chica que pasea sola y tan solo compra una entrada en la taquilla, tengo la sensación de estar entrando en el túnel del terror de los solteros: la última comedia romántica de Meg Ryan y Tom Hanks. Pero en vez de Meg y Tom me encuentro con Àlex y Bruno (los protagonistas), y Manhattan ha sido sustituida por Barcelona.

Smiley se apropia de la estructura de las comedias de hollywood siguiendo el esqueleto del éxito americano así que antes de empezar ya sabes lo que pasará. Guillem Clua, el director, va encadenado tópicos hasta el instante antes de perderme por completo. Después dos años de relaciones fallidas tan modernas como decadentes no me apetece oír manidas frases sobre el amor o asistir a mágicos reencuentros tras insustanciales peleas. Pero justo en el límite de mi resistencia al trillado universo romántico, el momento previo a la desconexión, la desnudez interpretativa de Rubén de Eguía y de Albert Triola lo consiguen todo. Mi sonrisa, tan frívola como verdadera, se desborda por las comisuras que la retenían, pues los tópicos se hicieron tópicos por ser eternamente vividos. Finalmente, me descubro mucho menos snob de lo pretendido: también yo pienso y siento como Meg y ando pateándome las calles, los cafés, Barcelona entera, en busca de mi alma gemela.

La obra se arropa en el realismo para esconder lo trivial del texto pero gracias a que Clua espolvorea el texto de barcelonesas virutas Smiley se vuelve entrañable y auténtica. El mero entertainment a partir de lo heredado se torna un producto local y aunque no sea una de esas piezas que alimenta los intelectos de los más hambrientos, me hizo reír. Reír es importante, no es poca cosa ese logro, pero yo busco a alguien que quiera oírme pensar. Nunca imaginé que la cosa fuera difícil pero últimamente nadie parece querer escuchar.

Y yo, que volví de vacaciones dispuesta a enamorarme tan solo de la ciudad y enredarme en abrazos con cuentos escénicos, me veo ante Smiley, una estampa idílica de quien sí encontró el amor, que despierta en mi los recuerdos de lo no-vivido. Pese a estar ya en septiembre, la idea de perderme en los labios de un él todavía parece llamar mi atención y confío en aquel viejito lunático que ató a mi dedo el rojo hilo oriental que un día ha de llevarme ante mi persona o mi media naranja.

Así que empachada de nostalgia romántica llego hasta el lunes y como es el día del espectador a la «experiencia Smiley» le sumo Before Midnight. Me meriendo en menos de una semana ración doble de romanticismo. A pocos minutos de cinta pienso que con razón había estado esquivando la que en otros tiempos hubiese sido una ineludible cinéfila cita con la que pasar una bonita velada de verano. Pero por suerte, la última película de la trilogía de Richard Linklater, escrita a tres manos junto con Ethan Hawke y Julie Delpy, se desvía del endulzado sol de atardecer.

La pareja que acortó su hilo —que sí se escuchan pensar— en una verborrea de casi dos horas se exponen tanto a la reveladora luz blanca del sol del mediodía como al desvelo de las oscuridades a medianoche. Desde la butaca de la calle Verdi me transporto a las eternas sobremesas veraniegas, asisto a la complicidad mal aprovechada de las almas gemelas y a pesar de las lágrimas que han corrido por mis mejillas, cuando los créditos llegan me reconcilio con mi affaire urbano.

Aunque esta no sea tampoco la mejor película de la temporada celebro la reflexión, celebro que no sea una historia más con un final feliz para calmar a los que temen por el amor eterno o para que se rían los escépticos. Es una historia que ya sabe de arrugas y de michelines, que entendió que el amor que llega más allá del encuentro de tu hilo rojo es el que conserva a los dos seres: él y ella. Un tour de force entre el amor que los convierte en un ellos y el amor que se tienen a ellos mismos.

Las almas gemelas también se desencuentran, Ariadna, después de todo, es abandonada por Teseo. Las líricas imágenes de hilos atados uniendo almas por doquier conviven con la experiencia más tangente que enreda, anuda y desgasta los ovillos. ¡Tijeretazo y fuera! O bien paciencia y tenacidad. Àlex y Bruno esperan a que el destino finalmente acorte ese hilo y les salve de una vida al margen del amor; mientras esperan su llegada se confunden en el escéptico juego de la carne. Céline y Jesse, más conservadores —o más valientes, según se mire—, luchan por ese amor que les arroyó en una noche de poesía. La melena de Hawke ha dejado de brillar y la delgadez de Delpy se ha engrosado como se engrosan los cuerpos de Las tres gracias en su paso por el Renacimiento. Las cosas no son fáciles y el destino ya hizo bastante en las dos primeras partes de la saga, ahora les toca ellos poner de su parte.


Llego a casa. Ya se hace notar el fresco que nos hará sacar las chaquetas en pocos días. Yo sigo soltera incluso después del verano. Busco la única botella que me queda en casa. Una ratafía hecha por una señora de las que no se olvidan desde un pueblo olvidado.  Quiero brindar con ellos por «estar de paso», porque al final del día lo que importa no es el amor por otra persona, sino el amor a la vida.




1 comentarios:

  1. Cariño, a ti te debrían amar todos los hombres del mundo (no sólo por tu belleza física sino también por esa cabecita que tienes). Pero es cierto; si gran parte del amor se basa en la escucha de la persona amada, entonces hoy en día el amor escasea. Sigue caminando,Paula,pero sin olvidar que el amor de nuestra vida somos nosotros mismos (Jordipla dixit).
    Petons.

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