La Pàtria es una obra que
tiene el don de la oportunidad. Llega a la sala en pleno estallido del debate
independentista. Eso, no es mérito del autor. Pero ponerse a escribir sobre
ello, y hacerlo sin miedo sí lo es. Debatir abiertamente, dejar que opiniones
diferentes se manifiesten y expresen sus diferentes (a veces incluso
enfrentados) puntos de vista, sí lo es.
Se nota que somos
de aquellos que todavía aplaudimos a la libertad de expresión. Celebramos que
los años de censura quedaron atrás. O tal vez reconocemos el trabajo de una
compañía de grandes actores que defienden, palabra a palabra, su historia. Es
alentador asistir al momento en que El entrevistador (Francesc Orella) rompe
con la convención de lo políticamente correcto y dice aquello que
todos pensamos. O conmovedor el instante en que la mujer (Lluísa Castells)
termina con su matrimonio pero no abandona a su marido, sigue creyendo en él.
Pero al salir del
teatro me siento algo exhausta, no me encuentro satisfecha con lo que he visto.
Tengo ganas de coger a Casanovas por el cuello de la camisa y gritarle a media
voz: Por qué? Me siento un tanto
defraudada, como la madre que espera lo mejor de su hijo. Yo esperaba al mejor
Casanovas, aquel que pudo mirar a su alrededor y darnos una inteligente y
personal postal de la Barcelona de nuestra generación –cómo hizo en Una historia catalana–. Un buen legado, casi un testimonio
histórico, tratado con la individualidad de la poética de un autor que la
convierte en única. Maduro, observador y suspicaz, pero sin renunciar al
sentido del humor, a una cierta ligereza tan de agradecer en estos pesados días
que corren. Pero no. Por qué?
La madurez se
diluye en un discurso tan pasional que se vuelve naïf. La mirada del que
observa distante está contaminada de prejuicios convertidos en tradición –o
identidad nacional– y la suspicacia parece añadida a posteriori por la
interpretación de los actores. El aplauso de gratitud hacia la capacidad de
utilizar las plataformas culturales para decir –sin pelos en la lengua– aquello
que deseamos, se apaga poco a poco. La fuerza que levanta a Orella del sofá,
para acompañar tan honestamente aquel discurso, se diluye entre las tramas
secundarias. Y es que parece que al final lo que lleva a Raventós a asumir el
liderazgo, que por lo visto la ciudadanía reclamamos, es el eco de la última
voluntad de su madre «Siguis l’home que el teu pare no va ser». La sombra de su
padre se proyecta sobre sus decisiones y, más que una lucha por un proyecto
social de país, estamos ante los deseos de superación de un hijo que trata de
ser digno descendiente de su padre muerto. Lo que parecía que iba a ser el
retrato de ese grito indignado que una parte del planeta compartimos, no es más
que la voz de un hombre dejado llevar por la necesidad de aprobación de la
figura ausente de su padre. La pasión, lo visceral, lo instintivo, despliega
sus alas por el espectáculo y los argumentos pesados y hábiles para defender la
causa –que los hay– reinan por su ausencia. Son ciertas decisiones de guión las
que dificultan mucho ese salto a lo crítico, a lo inteligente, a aquello que –en
definitiva– consigue que una obra se despegue del speach dogmático o
tendencioso, de la moraleja, y adquiera ese vuelo metafórico que tanto reclamo
desde esta butaca.
Un trabajo intenso,
una propuesta llevada al final. Un texto que invita al debate y que muestra
caras de una misma moneda. Pero también una ambición que se queda en anécdota.
Sigo con la metáfora
y pienso que todavía no hemos entendido en qué consiste eso del matrimonio. No
es por repartir culpas entre los hermanos, pero así lo pienso: La Gran Casa del
Teatro se enamora de autores, se casa con ellos y les corta las alas. Nooo! Cuando
amamos a alguien debemos dejarle ir, y venir, y volverse a ir. Podemos jugar a
las casitas –jugar a las casitas esta bien–, pero también está bien desaparecer
por las calles nocturnas y descubrir nuevos rostros, dejarse fascinar por
ellos. Así, la vuelta a casa, tras el reflejo que te han devuelto las noctámbulas
escapadas, resulta estimulante, interesante, excitante. No se trata de saltar
de flor en flor, pues permanecer en la casita te permite
construir sobre construido, sumar y subir cada vez más alto. Pero el que mucho
abarca poco aprieta y no por mucho madrugar amanece más temprano. Tenemos
cabezas preciosas y bocas interesantes y no hacemos más que estrujar a nuestros
amantes, a nuestros artistas, por miedo a que se pasen de moda, a uqe termine la
pasión. Pues señores, la pasión se trabaja!
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