Hace
unos días me pregunté sobre la necesidad del teatro. Me costaba responder, es
de esas preguntas demasiado grandes. Parece sencilla, pero a la que te
descuidas te metes en un jardín difícil de salir. Si vamos al final de la
pregunta, necesario –necesario– quizás no sea. Y en esas, encuentro que mi
posible respuesta anda por la senda de hacerlo necesario. Es decir, que una
vida con teatro se acerca más a mi manera de entender el mundo. El espectáculo
puede entretener o invitar a la reflexión, puede tranquilizar o agitar, ser
reflejo/espejo de la realidad o volar hacia el símbolo, pero siempre será
espacio donde contar historias. Y así, contándonos historias, contándonos La
Historia, nos conocemos, nos entendemos, nos descubrimos. La vida no es, la
vida es cómo nos la contamos, la vida es lenguaje y ahí la cultura se vuelve
necesaria.
Ayer
me embutaqué en 30/40 Livingston y hoy, después de
muchas butacas, vuelvo a tener la voraz necesidad de escribir. De escribiros
que nada es necesario, pero cómo gusta ver la necesidad de decir, de contar.
Las palabras escogidas por estos dos comediantes del gesto, salen del “buit”
que tiene Sergi López en su estómago, un estómago que –para los que no lo
conozcan– es perceptiblemente prominente. Muchas palabras guardadas que salen
ahora a borbotones, en una deliciosa verborrea, elocuentemente delirante.
Ellos
sí se meten en el jardín. El jardín del Edén dónde el pobre Sergi busca sin
encontrar. Todo lo encuentra pero nada le sirve. El jardín de la vida dónde
encontrarse es perderse. Y el jardín esta nuestra vida, en el que entras y ya
no puedes salir. Atrapados en la fatalidad de terminar en aquel lugar del que íbamos
huyendo.
Un manto verde y un paternal sofá es todo lo que necesitan para
transportarnos al más allá del más acá. Nos entretienen, nos hacen reflexionar,
nos tranquilizan, nos agitan, nos enfrentan a nuestro reflejo y nos hacen volar
por el fantástico mundo de los señores ciervos. Señores, gracias por decir sin
explicar!
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