Ya
se que debería haber puesto el nombre del personaje que interpreta Pol en Ivan
i els gossos, pero si Pol me lo permite –y estoy segura de que lo haría–
seguiré diciendo Pol. Lo haré porque así lo ha querido él, situándose tras el
personaje con un leve desplazamiento –un mínimo escorzo– para que no
perdamos de vista que ahí está él, sirviendo el personaje y no ‘al servicio de’
como suele decirse. Esa historia no va a ser contada sí o sí, es él quien
decide contarla, y decidir es importante.
Así
que yo decido que basta de esta vida embriagada en la que la felicidad es una
convención. Decido que ‘al pan, pan, y al vino...’ vino. Que no todo es bueno,
pero esto es muy bueno. Que si hay una manera de hacerse mayor quiero que sea
esta, aprendiendo de un niño de cuatro años o de su escritora, o de aquel que
le ha dado cuerpo, o del inmenso actor que lo ha hecho existir.
Entre
todos, a partir de su necesidad de contar, la responsabilidad de decir y el
deseo de crecer, nos han regalado la hora más emotiva que recuerdo en mucho
tiempo. Como una buena cita, en que no sabes cómo y... ¡tu acompañante te ha
sacado a bailar! ¡A ti, que no te gusta bailar! Mirando de frente, sin apenas
moverse, Pol se planta pequeño, frágil e inestable. Tu te sientes fuerte en tu
butaca 17, acompañada por 250 espectadores más –y esto es importante–. En cosa
de... Nada, apenas unas pocas frases –enormes para amantes y viajantes
literarios– Pol se ha vuelto enorme y tu tan pequeño que andas medio colgado
del bolsillo de su anorak mientras él recorre las calles de Moscú.
Pasáis
frío, miedo, hambre... Pol solo, sin abrigo escénico, nada más que una lona
plastificada oscura a modo de alfombra te toma de la mano y se arranca al puro
baile contador en el que vuelas con swin, te emocionas con tango y te
arremolinas con balada. No me sorprendería que Pau Carrió, director de esta relojería,
lector curioso y generoso, fuese además un gran bailarín.
Foto: Ros Ribas |
0 comentarios:
Publicar un comentario