El
Viernes, la compañía de Silvia Munt abrió las cortinas de la sala donde hasta
ahora estaban ensayando. Y, a modo de una pseudo-inauguración
previa del Grec, unos cuantos pudimos ver El Dubte. No sin antes, ponernos en
preaviso de que lo íbamos a ver era su último ensayo. Aunque, para ojos
fáciles, aquello podía parecer un producto totalmente acabado.
Silvia Munt ha escogido, probablemente, uno de
los textos contemporáneos más teatrales. El juego de diálogos, la ironía y la
intriga que se va construyendo con apenas monosílabos es una maravilla. Y Munt,
en su sobria propuesta, ha sabido retirarse a la sombra y dejar que sea el
texto el máximo protagonista. Una muy buena dirección escénica, apoyada por una
escenografía perfecta a la que la iluminación no ha sabido acompañar.
La historia que se extiende delante nuestro es
la de una profunda cuestión metafísica disfrazada de thriller. El juego del
dramaturgo es presentarla como una película norteamericana en la que no sabes
quien miente y quien dice la verdad. Pero tras esa máscara, se esconde toda un
reflexión sobre la fe. Y no me refiero a la fe religiosa, sino a la capacidad
del ser humano de creer en aquello que decides creer, bien sea Dios, o tu
intuición. La historia de John Patrick Shanley bien podría suceder en cualquier
otro entorno y la cuestión continuaría siendo la misma, pues la fe que
demuestra el personaje de Rosa Maria Sarda nada tiene que ver con sus hábitos.
Shanley recupera lo que Dreyer trabajó en Ordet (1955), que las cosas son
verdad en cuanto nosotros las creemos verdad, pero en el caso de Shanley, pone
el acento en la dificultad de realizar este ejercicio hasta el final. Existe un
momento en el que la duda se apodera de nosotros, nadie es tan férreo en su fe
como para no quebrarse ante la falta de pruebas empíricas. Tenemos fe, porque
tenemos dudas.
La frontera que separa una cosa de la otra es
tan frágil como una puerta en medio de la nada. La puerta que Alfaro convierte
en un personaje más, la puerta que separa la seguridad de la fragilidad, la
puerta que separa lo tangible de lo intuido. Hay, en El Dubte, una voluntad de
suspensión, de no querer arraigar esa historia en un paisaje extremadamente
realista. Es una verdadera lástima que las luces hayan querido hacer un trabajo
correcto pero falto de sensibilidad hacia ese aspecto tan importante. La
duda debe ser algo que se extienda, como una mancha de aceite, por todo el
escenario hasta llegar a nosotros, los espectadores. ¿Debe creer lo que veo o
lo que intuyo?
A pesar de considerar más que bueno el trabajo
tanto de Dirección, como de Escenografía, y de resultarme más que interesante
la reflexión que el texto suscita, tengo la sensación de no
estar del todo satisfecha con la función. Tengo la sensación de que los
actores, pese a estar en el buen camino en la mayoría de momentos, todavía no
han logrado llegar a ese umbral. Están trabajando un texto complicado, y se
están acercando pero aún tienen que llegar a ese
territorio peligroso en que ni ellos mismos sepan qué creer, donde la
incomodidad no te permite moverte o pararte. Mar Ulldemolins es quien rozó ese
lugar en más de una ocasión en la función del Viernes.
Hoy tienen el estreno, y después de hoy tienen
un mes para alcanzar ese lugar. Aquel que se siente en la platea uno de esos
días, no tengo ninguna duda de que verá una de esas funciones que se te quedan
grabadas en la piel.
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