lunes, 11 de junio de 2012

Escribir una crítica de algo que ya esta fuera de la cartelera tiene poco sentido. Ninguno si sabes que esa obra nunca más será representada. Pero ¿qué más da? Quizás en los sin sentidos sea donde podamos encontrar las verdades más bonitas.

Hace poco la sala Atrium acogía Els Desgraciats, la última creación del director Iván Morales que en este caso a sumado al trabajo de su compañía –Prisa Mata– el de Family Art productions. Un espectáculo pequeño, para una sala pequeña, representada un pequeño número de días. Tan pequeño como un niño que aún le cuesta andar, frágil hasta el límite de andar en una cuerda floja, como los equilibristas. Una historia tensa, rígida, dirigida, un texto conciso por el que transcurrir; pero... ¡ay! tan fino y estrecho que el más mínimo descuido o suspiro puede hacerte caer.

Dos ángeles se suben a la cuerda, Bruno Bergonzini y Jordi Vilches. Quieren poner un pie tras otro y hacer el viaje marcado, llegar al final. Parece ser que lo han logrado, pienso al escuchar una voz amiga y experta, pero hay días en que... un suspiro y caen.

NO ME IMPORTA. Lo digo así, en mayúsculas, porque no busco la perfección sino la reflexión, porque quién dijo que el error no podía ser maravilloso. Sus ojos buscándose, buscándonos para hacernos cómplices de su viaje peligroso en el que un traspié es una caída al abismo, son tan poéticos como las palabras de Margarida Trosdegínjol.

La carpa de circo ruinosa y abandonada en la que viven Baptiste y Jack puede ser una desgracia o ese agujerito que te lleva a un mundo de fantasía decadente donde el error es belleza, la debilidad seducción y el AMOR el motor de la vida.

¡“La cultura és una resistència a la distracció”!


Marina Raurell



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