lunes, 28 de mayo de 2012

Me confieso algo cansada de grandes textos, de grandes directores que a copia de mucho trabajar tienen poco que decir. Así que esta temporada he tratado de serle infiel y moverme por los suburbios: Tallers, Versus, La Seca,... Directores que se visten desde hace poco con este traje, a los que quizás les falta oficio pero les sobran ganas.

Y del proyecto T6, en concreto me considero cómplice. Les he acompañado toda la temporada. He visto crecer a la compañía, a los textos, a los directores, a aquello que han construido. Ahora la sala Tallers cierra sus puertas –hasta la próxima temporada– y se despide a lágrima viva pero con un rotundo puñetazo sobre la mesa. Aquí estoy yo!

Esto no es el final –tampoco el principio– pero quizás es el momento de subirse al carro y pasarse del plano general al primer plano.

¡Que gusto dan las salas pequeñas en las que habitan actores trabajando lo pequeño! Olvidemos lo aprendido, aprehendamos lo olvidado. Por querer hacernos grandes nos perdimos los matices. Pero por suerte, de vez en cuando, alguien aprieta el freno, pide silencio y estira los instantes. Eso ha hecho Marilia Samper, un precioso zoom in a aquella cosa particular y concreta que a llamado su atención. Ha suspendido el juicio a la manera nietzscheana y ha girado en torno a la cosa en sí advirtiendo cada rincón, cada recoveco, cada sorpresa. Y así lo ha trabajado con sus actores. Los actores... otros mirones pasionales que esta vez han ido todos de la mano en una construcción inteligentemente vivida.

¿Dejaremos de ver buen teatro porque nos da pereza ver un drama pero consumiremos comedias aburridas por evadirnos? ¡No! Vemos clásicos mal leídos sin preguntarnos nada y aplaudimos al terminar, pero... ¡ah! nos guardamos de arriesgarnos con los nuevos dramaturgos que aún no han sido aplaudidos, ¿por qué?

Samper ha plantado un puñetazo encima de la mesa –aquel puñetazo– con lo que me atrevo a llamar un clásico. Un texto con aroma a tragedia pero lleno de optimismo.

Nos hará llorar pero, tanto su mensaje como su forma, hace tener ganas de respirar, de levantarse a la mañana siguiente y mirar la vida mejor. Pues como dice la protagonista, aunque estaba rota le daba igual porque la vida era sencilla: por la mañana, al levantarse, su casa olía a café.




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