Me
confieso algo cansada de grandes textos, de grandes directores que a copia de
mucho trabajar tienen poco que decir. Así que esta temporada he tratado de
serle infiel y moverme por los suburbios: Tallers, Versus, La Seca,...
Directores que se visten desde hace poco con este traje, a los que quizás les
falta oficio pero les sobran ganas.
Y del
proyecto T6, en concreto me considero cómplice. Les he acompañado toda la
temporada. He visto crecer a la compañía, a los textos, a los directores, a
aquello que han construido. Ahora la sala Tallers cierra sus puertas –hasta la
próxima temporada– y se despide a lágrima viva pero con un rotundo puñetazo
sobre la mesa. Aquí estoy yo!
Esto no es
el final –tampoco el principio– pero quizás es el momento de subirse al carro y
pasarse del plano general al primer plano.
¡Que gusto
dan las salas pequeñas en las que habitan actores trabajando lo pequeño!
Olvidemos lo aprendido, aprehendamos lo olvidado. Por querer hacernos grandes
nos perdimos los matices. Pero por suerte, de vez en cuando, alguien aprieta el
freno, pide silencio y estira los instantes. Eso ha hecho Marilia Samper, un
precioso zoom in a aquella
cosa particular y concreta que a llamado su atención. Ha suspendido el juicio a
la manera nietzscheana y ha girado en torno a la cosa en sí advirtiendo cada
rincón, cada recoveco, cada sorpresa. Y así lo ha trabajado con sus actores.
Los actores... otros mirones pasionales que esta vez han ido todos de la mano
en una construcción inteligentemente vivida.
¿Dejaremos
de ver buen teatro porque nos da pereza ver un drama pero consumiremos comedias
aburridas por evadirnos? ¡No! Vemos clásicos mal leídos sin preguntarnos nada y
aplaudimos al terminar, pero... ¡ah! nos guardamos de arriesgarnos con los
nuevos dramaturgos que aún no han sido aplaudidos, ¿por qué?
Samper ha
plantado un puñetazo encima de la mesa –aquel puñetazo– con lo que me atrevo a
llamar un clásico. Un texto con aroma a tragedia pero lleno de optimismo.
Nos
hará llorar pero, tanto su mensaje como su forma, hace tener ganas de respirar,
de levantarse a la mañana siguiente y mirar la vida mejor. Pues como dice la
protagonista, aunque estaba rota le daba igual porque la vida era sencilla: por
la mañana, al levantarse, su casa olía a café.
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