martes, 25 de septiembre de 2012

Por primera vez, después de varias tentaciones, La Butaca de Paula decide hacer una incursión en el mundo de la música. Sin butaca. De pie, cargada con libro, periódico del día, libreto y libreta, acudo a la Plaza Real  para escuchar a Maria Rodés. La delicada Rodés, he oído decir.

Escéptica, esperaba una cantautora más con sabor a fuego de campamento. Al llegar, jóvenes modernos, gafapastas algo resacosos esperaban sentados por la plaza a que el concierto empezara. Yo caminaba, esquivando piernas, mochilas y latas de Estrella Damm, buscando alguna cara conocida. La que encontré preferí esquivarla también. Era mejor –pensé- encontrar mi sitio, adquirir mi Estrella y esperar como los demás a que Maria apareciese.

De cantautora cumbayá nada. De gafapastas con pretensiones, poco. De prejuicios… aniquilados en las primeras notas. Su voz aterciopelada me meció como una nana y me transportó al paisaje de sus sueños en esa noche de domingo.

Rimas tiernamente previsibles dejan en evidencia la inocente juventud de la artista, y la sonoridad de un castellano, que parece escrito en letras góticas, descubre el amor, la pasión y el rigor con el que ella y toda su banda se enfrentan al oficio de los juglares. Una banda que se juntó hace apenas dos días y ya irradian complicidad, generosidad y talento.

Sus letras piden vida, piden tiempo. Sus músicos piden que la música crezca. Y yo, como todos los gafapastas sensibles y ávidos, espero a que el proyecto musical de Maria Rodés alcance la mayoría de edad. Pues si una niña puede hacernos disfrutar tanto… ¿Qué nos espera cuando sus caderas se ensanchen y sus pechos empiecen a crecer?

¡Yo pienso estar ahí para verlo!

  




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