Después
de un verano descubriendo pequeñas –y no tan pequeñas- joyas escénicas,
confieso que cuesta volver a la cartelera autóctona. El temor a encontrar casi
el mismo texto, interpretado por casi los mismos actores y, casi casi,
dirigidos como la última vez, se me apodera. Dejo para mañana las peticiones de
«Ven a verme» de mis colegas. Pero los exóticos espectáculos veraniegos
desaparecen, empieza a refrescar y te preguntas qué ir a ver. Entonces
recuerdas que sólo equivocándose se puede acertar y ese es el momento en que
saco mi agenda y me marco varios objetivos: Litus, La indeferencia de los
Armadillos e Indisciplines.
Descubro
que Litus ya no es el Litus que yo esperaba. Han perdido por el
camino a Anna Alarcón (que repone Sé de un lugar en el Romea) y Jacob Torres
(que repone Luces de Bohemia en la Biblioteca Nacional de Catalunya) y han
incorporado a Sara Espígul y Sergi Torrecilla. Las sustituciones siempre me
ponen en alerta y más cuando se trata de trabajos tan personales como éste. Y,
en este caso, ‘tan’ significa que parte del texto es fruto de improvisaciones
(según me cuenta Alarcón a la salida del teatro, que ese día ha ido para ver cómo
lo hacen sus compañeros).
La gente
acude curiosa, ilusionada. Se nota en los ojos de los espectadores que escogen
butaca y recorren la desordenada escenografía, las caras de los otros
asistentes y el programa de mano. La obra empieza y se revela redonda, y todo
esto no han sido más que preámbulos. La Litus que llega al Teatre Lliure y que
aún podemos ver se me descubre como un texto maduro, bien construido, con una
dramaturgia de oficio, salpicada de un sentido del humor que pertenece sólo a
ellos, pero del que nos dejan formar parte durante los 80 minutos que dura la
función.
Una obra
hecha entre amigos y para sus amigos, o para que aquellos que no lo eran
terminen pensando que sí lo son. Los cinco actores derrochan complicidades
varias y el espectador, aquellos que curioseaban por el espacio desde la
distancia de la butaca, ahora se comen con la mirada, a aquellos que actúan,
deseosos de estar con ellos. Ya no hay distancia. Reina una proximidad que creo
que es uno de los mayores logros de Marta Buchaca. Todos los actores van a una
con ello, incluso ‘los nuevos’. Aunque quizás sea en David Verdaguer en quien más
y mejor reluzca esa naturalidad viva (y espero que los actores me entiendan
bien). David está en su casa, con sus amigos, con su incomodidad emocional. No
actúa más de lo que actuamos cualquiera de nosotros en nuestras propias vidas.
Inevitable y generoso impone una teatral cotidianidad al escenario, a sus compañeros
y también a nosotros, el público atrapado. Sergi Torrecilla, sorprendentemente,
también se mueve como ‘Pedro por su casa’, y eso que –entenderme- estamos
en casa de Jacob Torres (a quien Torrecilla sustituye). Y si hablamos de la química
que se trajinan los dos actores… parecería que me han pagado por adularlos. Diré
sólo que he descubierto un bonito tándem con una interesante capacidad para
comunicar en lo no dicho.
Probablemente
Litus no sea una joya, un imprescindible, un hito; pero sí es un bombón, una
cita interesante, una divertida mirada sobre la pérdida, ese fantasma al que
cuesta acercarse y que nos tiene acostumbrados al drama. Litus me hace pensar
sobre lo inevitablemente dramático que hay en la pérdida. Dramático
de drama, porque hay un conflicto, pues una de las piezas que nos constituía ha
desaparecido. Eso nos sitúa ante el abismo de la libertad, la libertad de
decidir hacia dónde redirigirse, decidir quién ser. Los personajes de Marta
Buchaca, y probablemente todos, estamos hechos de retazos. Retazos acumulados,
aglutinados y sedimentados, ya no podemos ser ese ser genuino, puro. Todo (y
todos) lo que nos rodea, nos define, nos hace ser anti genuino, pero quizás más
auténticos. Así que la pérdida nos pone cara a cara con el misterio del nuevo ‘yo’.
La pérdida de un novio, de un amigo, de un hermano o la pérdida de parte de la
compañía, al final, tanto autora como directora, ofrece un mensaje optimista y
vital. Pues la mejor opción parece ser asumir la incertidumbre del nuevo ‘yo’
que se define en su relación con el mundo a partir de aquello que tiene a su
alrededor.
Dejarse
impregnar de cada elemento que gravita por su entorno parece ser la mejor
actitud. Así, los amigos de Litus (el desaparecido eternamente presente) se
resitúan creando nuevos vínculos y los actores hacen suyo el personaje prestado
olvidando por completo que antes fue de otro actor. Y a pesar de que pueden
escucharse nostálgicos ecos de Alarcón o Torres, éstos son escurridizos
instantes en una contundente y personal adaptación.
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