sábado, 15 de octubre de 2011

Madrid. Septiembre. 30ºC. Veraneantes. ¡Parece que aún no ha llegado el Otoño a la capital! El Teatro de la Abadía brinda la oportunidad de recuperar la obra que ha dirigido Miguel del Arco y que tantos aplausos ha despertado.

Salgo de la sala con los ojos hacia dentro, hacia mi. Me acuerdo de cuando era niña y me imaginaba a mí misma con treinta y cinco años. Creía que sería una gran mujer, una Madre, pensaba que trabajaría en aquello que yo quisiera, que la persona que amo estaría a mi lado, que habría encontrado a mi Príncipe. Y, sin embargo, aquí estoy: voy para los veintinueve y por no tener no tengo ni casa, no hay pareja, trabajo en lo que puedo y lo de los hijos… que ni me lo menten.

Así que pienso: ¿Qué nos pasa? ¿Qué pasa con la generación de los treinta y tantos (y con los que les pisamos los talones)?

Inmediatamente me acuerdo de una preciosa película que, a mi entender, reflexiona sobre lo mismo que Veraneantes, Pequeñas mentiras sin importancia. El día que fui a verla salí con una idea clara: Estamos obcecados en encontrar una pretendida felicidad y así nos perdemos tantas y tantas cosas que nos harían sonreír.

El personaje de Marion Cotillard se ha instalado en la idea de sí misma que elaboró en sus primeros años de mujer adulta y el miedo a reconocerse como “otra” diferente, le impide vivir las cosas que de verdad le importan hoy. El miedo no le deja ser feliz. Bárbara Lenin dibuja una mujer que por no atreverse a tratar de ser quien quiere ser, se instala en un supuesto “buen lugar”, en una pretendida “buena vida” en la que el tedio y la falta de deseo por esa vida que lleva, la alejan cada día más se ser una persona feliz.

Igual que ellas, todos los personajes de estas historias están atrapados, obligados a disfrutar de un verano maravilloso, tratando de celebrar su vida. O, tal vez, no están haciendo otra cosa que escurrirse de la gran pregunta: ¿Quién soy yo realmente?

Pero como dice uno de los personajes de Veraneantes: “A mi esa pregunta se me hace bola”. Así que elaboramos discursos, palabras y más palabras para soterrar lo que de verdad sentimos y deseamos.

Veraneantes ha querido entrar en la intimidad de este grupo de amigos, pero nos ha colocado demasiado lejos de ellos. Ha querido desprenderse de la teatralidad pero ha colocado a sus personajes en un escenario. Qué lástima no haber visto La función por hacer para poder confirmar lo que intuyo, que el lenguaje escénico que nos propone esta compañía necesita de una extremada corta distancia para ser bien entendido.

Veraneantes está de gira.





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