lunes, 6 de febrero de 2012

Y de repente, Oriol Jordà (personaje protagonista y alter ego de Jordi Oriol), se acercó al público y mirándome a los ojos me preguntó: “Què… bé? O bé bé?” ¡Dios, y ahora qué digo yo! Tuve la tentación de contestar “bé”, pues si era honesta no podía aplaudir sin reticencias. Pero… ¡Qué carajo! “Bé bé” le dije al fin, con la clara intuición de estar haciendo lo correcto.

Y ahora me reafirmo, pues hay tantas cosas para aplaudir que no podemos permitirnos subrayar solo aquello que no termina de funcionar. Las representaciones que acontecen en el taller del nacional, a mi entender, son un claro ejemplo del deseo de contar con un laboratorio de investigación y eso es de aplaudir. Trabajar las dificultades, estar dispuesto a ponerse en la cuerda floja –y si me caigo, vuelvo al inicio y… ¡otra vez!– Porque ¿qué podemos aportar al teatro, originalidad? Yo lo dudo, creo que o bien nos dedicamos a revisar la tradición aportando algo de talento, o bien, como ha hecho Jordi Oriol, hacemos lo que mejor sabemos hacer en este S.XXI: hablar de nosotros mismos. Los hay que se toman tan en serio que escriben obras pretenciosas y normalmente torpes y poco interesantes; y los hay que prefieren reírse de sí mismos y de paso de todos nosotros.

A mi me encanta reírme. Que se rían de sí, de mi, conmigo. Así que nos reímos del autor torturado porque es incapaz de escribir una historia “veritable i sincera”. Yo, sin ir más lejos, reclamaba eso en mi última butaca. Es eso lo que deseo encontrar cada vez que me siento ante un escenario. Pero ¿cómo hacerlo? ¿cuál es el secreto?

Probablemente ni Oriol ni yo encontremos la respuesta en los próximos días pero, de momento, sí puedo decir que comparto su actitud. Probemos a ver qué pasa, a ver qué sale y cómo nos sale, y así podremos encontrar hallazgos como la maravillosa construcción del autor torturado que nos regala David Vert. O la acertadísima caracterización de Laura García, que ha sabido encontrar las piezas claves para ver en Vert a un joven dramaturgo a primera vista –esas Camper gastadas, los chinos caídos y la camiseta vieja, justo en el punto en que el algodón está tan blandito que es la camiseta más suave del mundo. Porque eso, a ellos, les importa; son hombres sensibles–. Convertir el espacio sonoro en un personaje más del espectáculo (o en dos, según se mire) me parece otro de los tesoros de Oriol. Siempre presente, siempre atento acompaña la dramaturgia en todo momento sin llamar la atención, pero no se priva de coger el foco cuando cree que así ha de ser. Pedragosa y Santanach realmente hacen un trabajo sensible, fino y rotundo.

Quizás todo se resuma a una palabra: comprometerse. “Avuí en dia és difícil comprometres”, dice el pobre autor, “Què puc dir jo ara que no caduqui demà?”. La fugacidad de las cosas, el poco valor que se le da a que las cosas duren o perduren, a dejado el compromiso obsoleto, fuera de lugar. Y eso es terrible. Pero, por suerte, tanto la compañía del T6, como Jordi Oriol, dure lo que dure su paso por el nacional, por el teatro o por la vida en general, en este caso se han comprometido. Entre todos crearon 5 buenos personajes que estaban listos para transitar por las escenas que escribiera su autor. Pero las escenas acontecen sin conseguir construir sobre construido. Como islas bonitas pero separadas unas de otras. A pesar de los muchos aciertos de t-ERROR, hay algo que… aghhhh…! no acaba de llegar al final.


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