Se de un lugar, buen título para una obra que ha conseguido el éxito de crítica y público sin utilizar megáfonos. Algunos vieron su estreno en La Caldera y poco a poco la gente sabía de un lugar donde estaba pasando algo.
Y, por fin,
pude ir a ver este provocativo secreto a voces que es Se de un lugar. Borré de mi cabeza críticas, comentarios y
expectativa, y entré en casa de Simó a ver que se pasaba por allí. “Benvinguts
a casa de Simó, podeu seure on vulgueu”, y allí que nos metimos. Pero ni eso es
casa de Simó, ni lo que allí acontece es verdad. Tampoco tienes esa sensación
de verismo que tanto gusta del teatro argentino. Lo que sí es verdad es que has
entrado en el universo de Simó y Berenice y que, por más que pueden verse
manierismos actorales, allí hay dos personas hablándose, generando un lenguaje
propio –más o menos verosímil, más o menos teatral– que convierten en auténtico
y verdadero a los pocos minutos de función. Iván Morales ha encontrado un
lenguaje autóctono para Simó y Beré, y Simó (Xavi Sáez) y Beré (Anna
Alarcón) encarnan la cultura mestiza de una Barcelona ravalera dando una
lección de teatro catalán, que no a la catalana.
Un catalán
mezclado de castellanismos, una cultura que ya no quiere ser ilustrada sino
mancharse de vida, una “épica minimalista” dice Morales. épica por la
intensidad con la que se sumergen en uno de los grandes temas de la literatura
y de la vida: el amor; y minimalista porque lo hacen con gafas de bucear y
esnórquel, nada de grandes vestidos!
Anoche vi una
película de Eric Rohomer y entonces entendí que hay piezas en que lo único que
de verdad importa es que los
actores que están interpretando estén conectados. Rohmer lo consigue y Morales
también lo ha conseguido. No creo que el Rohmer que hay en Se de un lugar sea el de la importancia de las palabras
–como parece ser que pretendía su autor y director–, pues Simó y Beré, en ese
sentido, tienen una especie de verborrea pinteriana (si es que eso existiera).
Pues hablan sin llegar a decirse lo único que realmente quieren decirse: te
quiero.
En sus ojos
se ve Amor, no necesidad o dependencia, pero no logran quererse. Juzgan la vida
del otro, creyendo tener razón y sin embargo allí están, pensando en el otro,
deseando al otro. Atrapados en un loop imposible en el que el deseo hace olvidar el rechazo pero el rechazo
mata el deseo.
Son dos seres
que juntos no han sabido ser felices pero separados tampoco lo logran y siguen
conectados, enganchados.
¿Es posible
que haya amores que van más allá del quererse? ¿Es posible que haya las parejas
que se quieren y Los Compañeros? Yo digo que sí. Yo lo he visto y no sé si Iván
Morales pretende hablar de eso, pero yo sí lo pretendo. Pretendo hablar de por
qué ni siquiera los Compañeros logran la eternidad como pareja. Lo que debería
ser inquebrantable, termina con la globalizada ruptura. ¿Por qué? ¿Nos creemos
eso de que es la naturaleza del ser humano o de la pareja en sí, y así nos
quedamos tranquilos? Podemos comprar esa explicación, o podemos pensar que,
quizás, el mundo dedica muchos esfuerzos a enseñarnos que el individuo es lo
más importante, que solo nosotros tenemos razón y que de esta manera consiguen
que hasta compañeros como Simó y Beré traten de seguir caminos diferentes por
cuestiones tan importantes como una divergencia en los gustos musicales.
... que quizás, el mundo dedica muchos esfuerzos a enseñarnos que el individuo es lo más importante, que solo nosotros tenemos razón y que de esta manera consiguen que hasta compañeros como Simó y Beré traten de seguir caminos diferentes por cuestiones tan importantes como una divergencia en los gustos musicales.
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